Algo pasa en Suecia
¿Cómo un país de nueve millones de habitantes se ha convertido en la tercera potencia pop del mundo?
Robyn, The Hives, Mando Diao, Peter Bjorn & John, Club 8, José González, The Sounds, Shout Out Louds... Se podrían llenar páginas con los artistas suecos que, desde postulados más o menos indies, se han hecho un nombre fuera de las fronteras del país en las últimas temporadas.
Un goteo que al final ha calado en los mercados internacionales. Tanto que, con menos de nueve millones de habitantes, Suecia se ha consolidado como el tercer mercado que más dinero ingresa con la exportación de su música (330 millones de E en 2006), después de EEUU y Reino Unido.
Paseando por Gotemburgo, la segunda ciudad del estado, uno tiene la idea de encontrarse en una especie de ciudad del pop: todo son tiendas de instrumentos y tipos con flequillo acarreando guitarras a la espalda. ¿Pero es que aquí todos tocan en un grupo? Pues sí. Y, a veces, en dos. Tobias Isaaksson, cantante de Irene, un luminoso septeto de aire sesentero, pone la primera pieza del puzzle de esta explosión: "Los factores que han propiciado este nuevo boom son: el clima, el estado del bienestar y nuestro wannabe system (por las bandas que se forman sólo por aparentar)". Como dijo Jack 'El Destripador', vayamos por partes.
¿El clima? Vale, Suecia no es la Costa del Sol, pero tampoco lo es Austria y no es lo que se dice una potencia en el mundo del pop. "Muchos empiezan en la música porque viven en sitios realmente aburridos –afirma Peter Gunnarsson del dúo electropopfreak Suburban Kids With Biblical Names (o SKWBN)–. Mi casa, por ejemplo, está en Haninge, un suburbio de Estocolmo que es la viva imagen de eso. Mis canciones me ayudan a superar el invierno. Me dan subidón".
Mónica Gutiérrez, de Fikasound, una pequeña promotora y discográfica madrileña especializada en bandas suecas, apoya esta teoría: "La gente aquí es muy cerrada. No muestra sus sentimientos ni en sus círculos más cercanos, por eso la música es su principal vía de comunicación".
Martin Lundmark, del sello de Gotemburgo Tender Version (que edita los discos de Audrey) y cantante de September Malevolence, explica el segundo factor del fenómeno, el estado de bienestar (pop): "Tenemos mucho apoyo del gobierno que, por ejemplo, paga la mitad del alquiler de los locales de ensayo de las nuevas bandas, por lo que todo el mundo puede hacer frente a esa inversión, que no pasa de los 50 E al mes. Las salas tienen instrumentos y cada grupo puede contar con un profesor que les ayude a componer sus primeros temas".
Pero eso no es todo: "La base del sistema es que, si estás desempleado, existen unos subsidios muy interesantes –continúa Lundmark–. Los artistas trabajan durante meses, ahorran algo y, al año siguiente, se dedican a su música, sobreviviendo a costa del estado. Luego están bandas como The Hives o The Cardigans, que ganan mucho dinero y pagan muchos impuestos, además de generar puestos de trabajo y riqueza. De alguna manera, devuelven lo que obtuvieron de las administraciones públicas".
Haciéndose los suecos
Y llegamos al tercer factor: el wannabe system al que hacía referencia el vocalista de Irene. Él mismo lo explica: "A veces parece que si no tocas en una banda, no eres nadie. Existe una exigencia por hacer algo artístico: producir vídeos, pintar... Lo que sea, pero que esté relacionado con el arte. Bien mirado, es algo muy superficial". Philip Ekström, líder de The Mary Onettes, uno de los conjuntos con más futuro de Gotemburgo, completa el panorama: "Es bastante común que un grupo se haga grande en poco tiempo, pero también que la gente se olvide de él igual de rápido. Captan la atención de radios importantes como P3 (la emisora indie pública, algo así como nuestra Radio3) y de las televisiones durante unas semanas y luego desaparecen".
Padrino de la escena independiente actual, Pelle Carlberg lleva más de 20 años en diferentes bandas como Edson. Ahora tiene una carrera en solitario, ¡cuatro hijos! y una teoría: "La llamo el efecto Björn Borg. Cuando él empezó a hacerse famoso con el tenis, muchos comenzaron a practicarlo y ahí surgieron grandes tenistas como Edberg o Wilander. La gente pensó: «Si un tipo que viene de una pequeña ciudad sueca puede hacerse mundialmente conocido, yo también puedo». Eso mismo pasó con Abba en los 70, en menor medida con bandas como The Creeps o The Wannadies en los 80 y, sobre todo, con The Cardigans años después. Cuando vendieron cuatro millones de elepés y actuaron hasta en Japón, todos los jóvenes en Suecia se pusieron a tocar un instrumento. Y ahora estamos viendo los resultados de todo aquello".
"Lo mejor de todo es que aquí no existe mucha presión para hacer música", apunta Tor Helmstein, del grupo Loveninjas. "Hay un ambiente más relajado que en otros lugares. No es sólo un hobbie, también puede ser tu medio de vida, pero de una manera más natural". Helmstein es una de las mejores bazas del sello Labrador, además de bajista habitual de Acid House Kings y Club 8. "Empecé en una banda de impersonators de The Beatles. Yo era Paul McCartney y tocaba como si fuera un zurdo, igual que él, y ahora mírame...".
Pero no es oro todo lo que reluce. Entre Estocolmo, la capital über chic y centro de negocios, y Gotemburgo, universitaria y más campechana, ha habido una rivalidad histórica que se traslada al campo de la música. "Las multinacionales y muchas de las independientes más grandes están en Estocolmo, pero las bandas salen de Gotemburgo", explica Anna Persson, cantante de Sambassadeur, una promesa del Gotemburg Sound. "No hay demasiadas buenas bandas originarias de Estocolmo –continúa–. Existe un pique, pero es subrepticio. No se habla demasiado de ello".
Exporta, que algo queda
Para Markus Hasselblom, del trío Lucknow Pact, pero pluriempleado en otros tres conjuntos (algo común por esos pagos), la imagen es similar: "Muchos artistas de esta ciudad ven más interesante actuar en Inglaterra o en Dinamarca antes que hacerlo en Estocolmo. Aunque el mercado británico es casi imposible para un sueco si no tiene un sello local que le apoye. Muchas veces es más sencillo hacerse un hueco en EEUU que en Gran Bretaña". Aquí se llega, como casi siempre, a la cuestión de las discográficas (en todos los sitios cuecen habas). "Acabamos hartos de trabajar en una multi –apunta Philip Ekström, el cantante de The Mary Onettes, fichados por BMG, despedidos en un suspiro y ahora en Labrador–. No estábamos de acuerdo en nada y acabamos marchándonos. Con una independiente es como trabajar con amigos. En ese aspecto, Suecia es muy parecida al resto del mundo".
¡Y tanto! "Llevamos tocando 10 años y jamás hemos hecho dinero con esto", asegura Matthias Albinsson, de los post grunge Ebon Tale y asalariado en la pequeña promotora Headstomp. "Nosotros trabajamos para poder pagarnos los gastos: ahorramos durante años para sacar un disco, tiramos 2.000 copias y luego vendemos sólo 100. Damos unos cuantos conciertos y, venga, a volver a empezar el ciclo". Y es que la crisis de la industria discográfica también afecta al país escandinavo. Según Martin Lundmark, el jefe de Tender Version, "desde 2001 las ventas han caído en Suecia un 60 %, aunque la música en directo ha aumentado, así que muchos de los sellos se están convirtiendo también en promotoras". Y eso se nota en el número de tiendas de discos. "Antes, en Eriksgatan (una populosa calle al oeste de Estocolmo) había casi 20 sitios donde poder comprar vinilos. Ahora sólo quedamos seis o siete", asegura con resignación el tendero de Record Hunter, detrás de su mostrador atiborrado de singles y CDs de segunda mano.
Los estudios de grabación también están sufriendo lo suyo. Imperios como Svenska Grammofon Studion (gestionado por Kalle Gustafsson, bajista de The Soundtrack of Our Lives) o Music A Matic, empiezan a sucumbir ante el empuje del do it yourself que proporcionan las nuevas tecnologías. El mejor ejemplo es Lo-Fi-Fnk, dos críos de la capital adictos al electropop que el año pasado actuaron en el FIB. Su local de ensayo en el centro de la ciudad, de no ser por todos los aparatejos electrónicos que amontonan, parecería un auténtico zulo. "Lo grabamos todo aquí. No necesitamos más que estos seis metros cuadrados, aunque si tuviéramos más dinero no le haríamos ascos a un sitio más grande y mejor equipado, pero no nos interesan los grandes productores".
Quizá lo más interesante de las bandas suecas sea su falta de pretensiones (hay excepciones y, si no, que se lo pregunten a Mando Diao) y su espíritu amateur (véase los minihypes de Shally Shapiro o Teddy Bears). Al habla, Juni Järvi, un cantautor indie entre los indies: «Si no pudiera expresarme con mis canciones no sé ni donde habría acabado. Igual estaba internado en un hospital mental o qué se yo. Para mí la música es algo muy serio. Es casi una cuestión de vida o muerte. Si es que yo no quiero ser famoso ni estar en las portadas de las revistas».
Como la lluvia fina que cae sobre Estocolmo durante todo el invierno, el pop sueco puede que nunca se convierta en chaparrón, pero amenaza con seguir mojando al personal durante muchos, muchos años.